Av. Vallarta: Historia, Arquitectura y el Riesgo de su Olvido Urbano

Casa Robles Castillo, Luis Barragán (foto: Xavier Iturbide)

Pocas avenidas en México concentran tanta historia arquitectónica, urbana y social como la avenida Juárez-Vallarta en Guadalajara. Desde sus orígenes, este eje ha sido mucho más que una vía de circulación: ha sido el gran escenario de las aspiraciones, contradicciones y transformaciones de la ciudad. Sin embargo, hoy agoniza, víctima de la velocidad, la indiferencia institucional y la ignorancia de quienes la habitan sin entender su valor.

Un relato arquitectónico condensado en una avenida

Vallarta resume, como pocas otras calles en el país, el devenir de la arquitectura tapatía. Inicia su historia con los primeros urbanizadores privados modernos —como los franceses Gas y Cía, la poderosa familia Martínez Negrete, y el alemán Choistry— quienes delinearon sus primeras cuadras con visión europea y burguesa. La avenida fue el marco para los grandes momentos del siglo XX: desde el parque Rojo diseñado por Barragán, pasando por mansiones por reconocidos arquitectos como Alfredo Navarro Branca y Ricardo Legorreta, hasta los arcos de Aurelio Aceves que anuncian la Minerva. Cada tramo es una lección de estilo: las casonas afrancesadas de los años 1900, los chalets de los años 30, los edificios funcionalistas como el de las costureras, o el art decó del Hotel del Parque.

Edificio de las Costureras, joya del funcionalismo (foto: Xavier Iturbide)

En ella convivieron obras maestras de Barragán, Pedro Castellanos y Alfredo Navarro Branca, con conventos coloniales como El Carmen y núcleos urbanos comerciales desde Juárez hasta el centro histórico. Sin embargo, esa riqueza se ha vuelto invisible para una ciudadanía que la transita sin detenerse, acelerada, indiferente, desmemoriada.

Casa Farah, de Rafaél Urzúa (foto: Xavier Iturbide)

El olvido disfrazado de progreso

Vallarta fue, durante décadas, un eje de civilización urbana: tuvo tranvía, luego trolebuses, y hoy, sólo autos que corren a velocidades que impiden mirar. La vía recreActiva del domingo es un éxito popular; una realidad para los tapatíos que disfrutan de sus calles sin el ruido y el peligro del automóvil, pero es también una ilusión cultural para el patrimonio arquitectónico construido: Con excepción del parque rojo de Barragán, miles la recorren en bicicleta o caminata, pero ignoran el valor de las fachadas que los observan. Las tímidas placas que la arquitecta e historiadora Mónica del Arenal instaló son el único recordatorio, pero de forma oficial y de parte del gobierno no hay letreros, ni guías, ni programas de difusión. El patrimonio es mudo y estático.

La destrucción deliberada de joyas como la Casa Castiello —bajo la excusa de proyectos futuros— generó indignación pública, pero no acción concreta del gobierno. La ley no castiga. El presupuesto no alcanza. La voluntad política es escasa. Muchas otras casonas corren la misma suerte: o son demolidas a escondidas, o mutiladas y convertidas en salones de fiesta, con fachadas que se conservan “por cumplir”, mientras el interior es arrasado por el mal gusto.

Casa Castiello antes de su destrucción parcial 2006 (foto: Xavier Iturbide)

Hoy, lo mejor que puede pasarle a una casa patrimonial de Vallarta es que se convierta en tienda de vestidos de novia. Así, al menos, sobrevive. Un gesto de sarcasmo urbanístico que resume la miseria cultural de nuestras instituciones — y muchas veces desafortunadamente– de la mayoría de la sociedad.

Lo que podría ser: visión de una avenida viva

¿Por qué Guadalajara no ha convertido esta avenida en un corredor turístico como el Paseo Montejo de Mérida o el Prado habanero? ¿Por qué no existe una “Ruta Vallarta” seria, cultural, con mapas, placas, recorridos y restauración? La idea existió —aunque tímidamente, bajo la forma de bares y cantinas que sí atrajeron visitantes— pero jamás se consolidó como un proyecto urbano integral.

Casa Navarro Branca, abandonada desde hace años (foto: Xavier Iturbide)

Imaginar un tranvía que conecte San Juan de Dios con la Minerva, que retorne por Hidalgo y que además de servir un bien colectivo provoque tránsitos y paradas programadas frente a cada hito arquitectónico, no es una locura: es una urgencia. No sólo se generaría turismo y comercio; se descongestionaría el transporte público, se reduciría la huella ambiental y, sobre todo, se le devolvería el sentido humano y monumental a una calle cuyo diseño hoy en día está para la contemplación, no para el escape.

Un esquema fiscal donde propietarios y comerciantes obtengan incentivos por conservar en estado impecable sus inmuebles —reducción de predial, estímulos municipales, visibilidad oficial— sería más efectivo que mil reglamentos muertos y una Secretría de Cultura con buenas intenciones pero ningúna autoridad. La colaboración ciudadana solo surge cuando hay una visión clara y un beneficio recíproco.

Casa Keller (foto: Xavier Iturbide)

Conclusión: el tiempo que se agota

Cada día que pasa, Av. Vallarta pierde una piedra, una moldura, una historia. La Guadalajara que se soñó moderna, vibrante y culta corre el riesgo de convertirse en un álbum de fachadas vacías y estacionamientos improvisados. No se trata sólo de conservar arquitectura: se trata de recuperar el alma de la ciudad.

Porque una avenida que lo tuvo todo y hoy lo olvida todo, no está simplemente en riesgo. Está al borde del suicidio urbano.

Casa Verea Corcuera (foto: Xavier Iturbide)
Av Vallarta 2501
Av. Vallarta 2501 de Ricardo Legorreta (foto: Xavier Iturbide)

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